En una tarde de fútbol memorable, el Barça de Luis Enrique humilla al Madrid de Benítez en el mismísimo Bernabéu, sin necesitar a Messi de inicio y frente a todas sus estrellas, regalándonos un brillante nuevo capítulo más para la historia de los clásicos.
Una nueva lección de fútbol. Un baño en toda regla, vamos. Lo que hemos presenciado en este último clásico, el mejor desde aquel inolvidable 2-6 con Guardiola en el banquillo y Messi como líder indiscutible sobre el campo, ha sido una vez más la imposición de la filosofía del juego coral azulgrana frente a una pléyade de estrellas galácticas corriendo como pollos sin cabeza. Hay veces que algunos resultados no escenifican las sensaciones reflejadas sobre el césped. Pero este clásico no admite dudas. Desde el primer minuto hasta el último, juego, partido y resultado fueron juntos de la mano.
Fue una auténtica exhibición, empezando desde los banquillos. Mientras que Benítez intentó dejar atrás su versión “aburritegui” de los últimos partidos con un once repleto de cromos millonarios para, supuestamente, jugar al ataque y dar espectáculo, lo que hizo Luis Enrique fue, sencillamente, poblar el centro del campo para permitir superioridades. Si el madrileño alineó todo el potencial disponible, no fue capaz de sacar rendimiento alguno pues las características de sus mejores jugadores no fueron las mejores para su planteamiento táctico, ya que el Barça era capaz de escapar de la presión adelantada del rival con suma facilidad, pues dicha presión no era ordenada sino más bien con movimientos individuales. En cambio, eran los culés los que ejercían a la perfección dicha presión cuando el escenario era el otro. Benítez sacó un equipo para tener el balón, y el balón lo tuvo el Barça. Esa fue una de las claves del partido.
Y lo tuvo a través de la posesión, siempre con calma, superando la primera línea de presión con pases de seguridad, controlando el ritmo de juego a través de largas posesiones y esperando el momento de picar como una cobra. Como Sergi Roberto, ya con su master bajo el brazo por su actuación en casa del eterno rival, el que encontró el hueco entre centrales y pivotes para avanzar en conducción y regalar una asistencia a Suárez para abrir la lata. O como el mismo uruguayo acosa en la salida de balón, lo recupera y se lo entrega a Iniesta, que combina sutilmente con Neymar para hacer el segundo. Si en el primer gol intervienen los diez jugadores de campo, tras casi cuarenta pases en minuto y medio, el tiki-taka en estado puro, en el segundo se obtiene réditos de la activación tras pérdida. El Barça, camaleónico e imparable, vapuleaba a su rival tras una primera parte para enmarcar. “En cada combinación, cien pases. En cada cien pases, una ocasión. En cada ocasión, un gol” (Rubén Uría dixit).
En la segunda mitad, el guion fue el mismo. Tras cinco minutos de espejismo blanco, cuarenta minutos de monólogo azulgrana. Los locales mejoraron tímidamente, pero el Barça no empeoró. Los pupilos de Luis Enrique trasladaron la tranquilidad que tuvieron con la pelota al catálogo de la defensa posicional. Defender a través de la posesión, juntar líneas y presionar en zonas de posibles pérdidas de balón gracias a las ayudas constantes y el mejor posicionamiento, sobre todo, del eje Piqué-Busquets-Iniesta. Don Andrés, que estaba siendo el amo y señor del partido, buscó a Neymar por dentro que, tras un magistral taconazo, dejó al de Fuentealbilla sólo al borde del área para colocar el balón en la escuadra y añadir, amen de su manual de maravillas técnicas y una increíble lectura del juego, un disparo que recordó al de sus memorables tantos. Otro Iniestazo para la historia que además le valdría salir ovacionado del Bernabéu y rememorar la ovación a Ronaldinho diez años atrás. El mago y su varita.
Con 0-3 en el marcador, llegó el momento más esperado. La vuelta del rey del fútbol era un hecho. El mejor escenario para la reaparición de Messi, el ecosistema perfecto. Un escenario muy favorable para el rosarino, que dispuso de media hora para acumular minutos en busca de su mejor puesta a punto. El partido, aun siendo dominado por los visitantes, permitió el ida y vuelta que coronó a Claudio Bravo como el gran portero que es. Consiguió dar más pases (54) que los delanteros blancos como CR7 (44), Bale (41) o Benzema (26), con un 100% de efectividad y además fue clave con sus siete paradas, algunas de ellas espectaculares. Pero Leo había vuelto y el Barça quería más. En otra posesión interminable, ya con Messi con mando en plaza, el rosarino buscó a un Jordi Alba que había lanzado un desmarque para conectar con Luis Suárez, quien no perdonó tampoco esta vez. El cuarto tanto en el saco. La humillación era tal que los pitos durante el partido a Piqué se trasladaron a los jugadores locales y al palco, muestra evidente del enfado de la parroquia blanca ante el baile que le estaban dando en sus narices su rival de toda la vida. Y menos mal que la cosa quedó ahí, pues si Gerard hubiera colocado la manita en el marcador…
Tras el partido, en la rueda de prensa Luis Enrique fue claro y sincero, “la victoria sabe a gloria bendita”. Un sabor que todos los culés del mundo podemos disfrutar gracias a esta gran victoria y, sobre todo, gracias a este maravilloso equipo…
VISCA BARÇA!!!